Correr cobró sentido…
El día «D» estaba nerviosísima y por un momento pensé: «en vaya lío me he metido». Pero supe recobrar la calma gracias a esos ejercicios de control de la respiración que había estado practicando.
Es más, al llegar al sitio de quedada con el equipo, estaba muy tranquila, contenta… Ya intuía que lo que venía sería genial.
Sería el primer día que corría esa distancia y además con compañía. Nunca habíamos corrido juntos antes, y no sabía cómo iba a ser. Pero ¡vaya alivio! No es que no tuve que preocuparme de algunos detalles, si no que no tuve que preocuparme por nada. El hecho de tener a alguien al lado haciéndote de avituallamiento: proveyéndome de dátiles (que teníamos preparados y cortaditos en un trozo de papel de aluminio), llevando agua y «chucherías» de glucosa, hizo que llegara tan bien a meta. Fue mis piernas en otros momentos, en los que solo le miraba los pies imitando su zancada para no pensar en nada más.
¡Por cierto! Sí, al final tomé dátiles. Más natural y menos carga de glucosa de golpe. También comí unas chucherías (con un poco de cafeína) que nos trajo una compañera de grupo al kilómetro siete.
Me aportó tranquilidad estar acompañada, pude tomármelo con calma y disfrutar de absolutamente todo el recorrido. Recuerdo estar sonriendo en ocasiones durante los 21 kilómetros. Y además, llegamos dentro del tiempo.
Y por fin empezamos a correr
Desde la salida, que fue tardísimo a causa de la aglomeración de gente, empezamos a adelantar a muchísimas personas para poder establecer el ritmo que habíamos acordado. Estuvimos al menos, cuatro kilómetros adelantando a gente hasta que finalmente nos hicimos un hueco y pudimos establecer la marcha.
Corríamos en negativo, es decir, empecé yendo a un ritmo superior al que tenía establecido, para terminar bajando un poco la velocidad si era necesario. En el kilómetro cuatro aún estaba cómoda. Fue en ese momento que empezaron a caer cuatro gotas que asustaron a parte del grupo. Pero no fue nada, me refugié un momento detrás de mi compañero de carrera y luego dejó de llover. Si hubo una condición climática significativa esa fue el viento. En los pocos espacios donde no estábamos guarecidos por los edificios, se notó y molestó un poco.
Pero me sentía radiante. Esa es la palabra, estaba contentísima disfrutando de la carrera, sin molestias. Me notaba cargada de energía y bien preparada. No había lugar a malas sensaciones.
Seguí así de bien hasta el kilómetro quince; a excepción de algún momento de flaqueza entre el doce y el trece, donde esperaban mi madre y mi tía para animarme. En el kilómetro quince ya empezaba a notar la fatiga y las piernas pesaban. Es ahí donde Victor hizo más su papel: me repetía lo bien que iba, lo cerca que estaba del objetivo y lo encantada que iba a estar cuando supiera «el tiempazo» que estaba haciendo.
Empezamos a descontar km…
A la entrada de la calle la Paz me dijo: «¡cabeza!». Y cuando salíamos de allí me dí cuenta por qué me había avisado con tanta previsión: era realmente un fastidio.
Hasta que no llegué al ayuntamiento no dije nada, porque no podía. Pero aún así, las sensaciones seguían siendo buenas. ¡Buenísimas!
La calle Colón se hizo larguísima y empecé a hacer movimientos con mis manos para animarme. En ese momento supe que había hecho mi mejor marca personal en los primeros diez kilómetros de carrera y ¡volví a estar arriba!
En el diecinueve el flato empañó el final de la carrera. Sufrí un poco hasta la meta, llegar al arco me costó muchísimo. Victor me dijo: «te voy a pedir que hagas un último esfuerzo».
Esos últimos metros fueron un sobreesfuerzo enorme, solo me repetía «¡vamos!». Y llegamos al arco.
La satisfacción de cruzar esa meta, después de un recorrido casi sin dificultades y con una sonrisa, hizo que mereciera la pena. Además, de inmediato supe que había conseguido el tiempo que quería y se multiplicó la euforia.
Estaba agotada y encantada. Estaba muchísimas cosas en ese momento y todas a la vez. Qué agradable sensación: ¡lo habíamos conseguido!, ¡estaba hecho! Fue sin duda mi mejor experiencia como runner hasta la fecha. Después de un abrazo casi de alivio, nos fuimos a por las medallas y ¡las mandarinas!
Vicky Cervera
Psicóloga de Sanus Vitae
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