La verdad es que no recuerdo como dije SI, ni tampoco recuerdo que se me paso por la cabeza… creo que dije SI sin pararme a pensar ni siquiera lo que realmente era. No reflexioné sobre cuántas horas iba a estar en el agua, tampoco en qué condiciones, no pensé en la temperatura del mar, ni tampoco pregunté si era con neopreno o sin neopreno…imagino que en el subconsciente pensé que ya me adaptaría a lo que viniese, algo que es bastante habitual en mí.

 La cuestión es que a primera hora de la mañana del día 1 de enero (mejor día imposible) unos amigos y compis de entrenamientos me inscribían en una travesía. Una travesía larga. Y tan larga. Teníamos que nadar 21 km, acompañados cada uno de nosotros por un kayak. Vuelvo a reflexionar sobre mi SI y sigo sin encontrar una razón de peso…Quizás porque era Enero y la travesía se celebraba en Junio…todavía quedaba mucho; quizás porque me “urgía” la búsqueda de mi reto 2016 o quizás, porque la gente con que iba a compartir esa locura es de las mejores cosas que me han podido pasar. Bueno…seguramente dije SI porque en el fondo la vida me tenía guardado un viaje maravilloso con un final increíblemente increíble.

 Pues bien, una vez inscrita en la travesía, tocaba entrenar, trabajar y sufrir un poquito. Tocaba hacer malabarismo con el tiempo, buscar sitio para los entrenamientos y también para los descansos y sobre todo, lo más importante, disfrutar del proceso, disfrutar de ese viaje increíble. El objetivo de todo esto: cruzar el arco de meta y hacerlo en las mejores condiciones posibles.

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 Han sido cinco meses de preparación, de los cuales, tres meses los he dedicado de manera exclusiva a la natación (no he entrenado ningún otro deporte). Durante todo este tiempo he tenido días buenos, y días muy malos, he tenido semanas de “subidón” donde pensaba que iba muy sobrada y semanas que tenía la sensación que lo mejor que me podía pasar era que recogieran con una escoba y un recogedor. Pero lo más importante de todo, es que no he parado, no he tirado la toalla. Cuando pensaba que necesitaba días de 30 horas, cuando terminar un entrenamiento se hacía imposible o cuando me despertaba por las mañanas y me dolía todo el cuerpo, sin pensar en ello, seguía detrás de mi objetivo: tenía que cruzar un arco de meta. En la vida nada es fácil y eso lo asumí hace mucho tiempo. Aparecieron los arrepentimientos y las dudas… ¿la terminaré? ¿En qué condiciones? Bueno…”si no puedo me subo a la barca” y seguidamente…” ¡ni de coña, con lo que me está costando tengo que terminarla!”. Llevo prácticamente toda la vida nadando, pero como siempre digo soy nadadora de piscina, mi experiencia en el mar es mucho más limitada.

 Como siempre, llegó el día. Los 21 km que separan la isla de Tabarca de la playa del Postiguet (Alicante) nos estaban esperando. Las previsiones meteorológicas no eran del todo buenas…todo apuntaba a que haría viento, y así fue, lo que se traduce en oleaje. No pasada nada, mejor no pensar. Hay situaciones en las que no pensar está bien. Los días previos a la travesía también hubieron buenas noticias, ¡finalmente sería Bego (mi amiga) quien me acompañaría en kayak durante los 21 km! Ya nada era igual. Para mí, mentalmente, la travesía ya no tenía nada que ver. Que una deportista como ella, que siente y conoce la sensación que produce el cruzar un arco de meta se convierta de repente en mi kayaker, ya nada era igual. El poder compartir con ella mis  momentos en el mar, los buenos y los no tan buenos, fue un auténtico regalo. Si cabe, las ganas por nadar esos 21km todavía eran en ese momento mayor.

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 Sábado 11 de Junio de 2016, 7:00 am, en Tabarca, mis piececitos tocaban el agua de la isla. Fresquita, pero se podía soportar. Para evitar enfriamientos o demasiada pérdida de calor corporal, haría los avituallamientos cortos. Confiaba en que mis entrenamientos sin neopreno semanas antes para aclimatar el cuerpo iban a tener recompensa. Pasados unos minutos de las 7 se daba la salida, primero para todos los nadadores (52 en total, de los cuales 4 éramos mujeres) seguidos de los 52 kayakers “luchando” por buscar a sus nadadores. Las primeras brazadas fueren buenas, muy buenas. Sensaciones increíbles, estaba descansada y con ganas de nadar. Eso era TOP. Encontré mi sitio en el agua rápidamente, con pocos nadadores era fácil y con algo de corriente a favor todavía más. Tras los primeros minutos nadando visualice a Bego entre los kayakers. Me fuí rápidamente a su lado, era más fácil para mí que para ella, que la pobre “luchaba” con el resto de kayaks por hacerse un espacio en medio del mar. Ya estábamos ubicadas: su kayak quedaba a mi derecha, tal y como habíamos hablado.

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 Me concentré mucho (quizás demasiado) desde el primer momento. De algún modo tenía que compensar mi nula experiencia en estas pruebas. Quería y necesitaba tenerlo todo bajo control: estar pendiente de que el ritmo no fuera demasiado alto (sabía que tenía que guardar, la prueba era muy larga), controlar exquisitamente el tiempo para parar a avituallar (paré la primera vez a la hora y luego religiosamente cada 40 minutos). Era mi primera travesía larga. Bueno, realmente yo nunca había nadado más de 5 km en una travesía en competición, y mi tirada más larga para la preparación de la prueba había sido de 12 km. Mi cuerpo y mi mente iban a estar durante un buen rato en “terreno desconocido” por eso pensé que lo mejor era no perder la concentración en ningún momento.

 No nadé con gps (nunca lo hago) lleve únicamente un reloj con cronómetro que me permitía saber el tiempo que llevaba en el agua y así poder parar para avituallar. Cuando quería saber los km que llevábamos recorridos le preguntaba a Bego, mi kayaker.

 Nade a buen ritmo la primera parte, de hecho justo a las 3 horas habíamos recorrido 11 km. Mis sensaciones físicas y mentales en ese momento fueron inmejorables. Realmente empecé a disfrutar a partir del kilómetro 8, hasta ese momento la incertidumbre me tuvo demasiado concentrada. Mis mejores momentos fueron entre el kilómetro 11 y el 16-17 (ya ves…justo donde pensaba que mi mente se iba hacer un poco la remolona). Los entrenamientos bien hechos, el trabajo de meses y el esfuerzo daban su recompensa. Además fui estricta con la hidratación y con la comida y cumplí mi parada cada 40 minutos. Fueron precisamente estos periodos de tiempo los que se convertían en mi referente, de algún modo se convirtieron en pequeños objetivos que iba superando, olvidando las distancias y lo que me quedaba por nadar.

 Pude disfrutar del mar, nunca había hecho una travesía en alta mar, donde la costa ni siquiera se podía intuir. Disfrute de la soledad de la natación y disfrute de llevar a mi lado remando a una persona increíble, que la vida me había puesto delante y que hemos sabido aprovechar.

 Pero como en todo reto deportivo, apareció el sufrimiento. Sobre el km 17 el oleaje era mayor y habían tramos donde el lugar de nadar tenía que pelear con el agua. Pillamos una zona de corrientes, a Bego le costaba algo más mantener el equilibrio (algo más solo…la tía en realidad iba muy sobrada) y yo braceaba, braceaba y braceaba sin moverme del sitio. Me desesperé un poco y tuve que mantener a raya la mente, mantener la tranquilidad, no perder el control y saber que iba a llegar a meta. Durante esos kilómetros avituallarse no era fácil por el movimiento de las olas, así que como me encontraba bien físicamente y tenía energía, decidí solo hidratar y no comer prácticamente nada. Sabía que solo bebiendo iba a aguantar sin problemas. Lo complicado durante esos momentos fue el autocontrol para que no apareciese la “desesperación”. Pasó, como todo pasa, y superamos las dos ese maldito tramo de corriente.

 Continué nadando, más tranquila, y en una de las veces que levante la cabeza para preguntarle a Bego no me dejó hablar…”Ya lo tienes, a 400m tienes las boyas amarillas” (no podía levantar casi el cuello ya, así que me costaba visualizar). Las boyas amarillas son esas que separan la zona de baño de la zona de embarcaciones. Esto significa que me quedaban unos 700 m. Si 700 m para llegar a meta, 700 m después de recorrer 20 km nadando, 700 m después de estar más de 6 h en el agua, 700 m después de meses y meses de entrenamientos. Esos últimos metros fueron increíbles, se me pasaron tantas cosas por la cabeza…me acordé de las veces que me había visualizado llegando a meta y ahora se iba a convertir en una realidad. Me costó, pero tuve que elegir entre llorar o respirar. Veía a Bego cada vez que giraba la cabeza, y vi su cara, la conozco, sé que iba “medio” llorando…y tuve que aguantarme, es difícil llorar y nadar. Últimos metros, apuré al máximo hasta que una de mis manos rozo la arena y me puse en pie. Ufff que sensación, 6 horas y 20 minutos en posición horizontal, no me fijé ni siquiera en el arco de meta, y me daba igual que me quedaran unos metros hasta llegar a él, me fui directa a por ella, solo quería abrazarla, decirle GRACIAS, MIL GRACIAS por acompañarme, por vivir conmigo esta experiencia, por remar durante más de 6 horas, por cuidar de mí, por recordarme en cada parada y en cada avituallamiento lo increíble que era lo que estábamos viviendo, por la perfecta orientación que tuvo, porque sin ella este reto hubiese sido diferente o quizás imposible. Llevo compitiendo desde los 6 años, tengo 27, pare dos años, y luego de forma diferente retome el deporte. Con esto quiero decir que he cruzado muchas metas, que he cumplido muchos objetivos y que me siento orgullosa de todos los retos que he conseguido, pero este ha sido el único hasta el momento en el que he llorado al llegar a meta. He llorado de alegría y de agradecimiento. Me he sentido afortunada, por poder elegir estar ahí, y por ser capaz de hacerlo.

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 No he llegado sola hasta aquí, no hubiese podido, imposible. Es contradictorio, porque disfruto de los deportes individuales y sobre todo de la soledad de la natación, de estar sola con mi cuerpo y con mi mente. En cambio, necesito compartirlo con gente. Gracias Majo, por hacer que te sienta siempre cerca aún cuando estamos separadas. Sabes que tú también ibas en ese kayak. Nos acordamos de ti infinitas veces. Junto con Bego, sois mi mejor apoyo, sobre todo fuera del deporte. Gracias al Club de Natació Trencaones, porque no puedo imaginar mejor gente con la que celebrar nuestros triunfos y a los místers por sus agotadores entrenamientos. Gracias Chipirones, por vuestras risas, por vuestros ánimos y por lo feliz que me hacéis. Gracias a mis triatletas por todos los mensajes de ánimo antes y después. A todo el equipo de Sanus Vitae por darme siempre la oportunidad de escribir aquí y a sus deportistas, porque sois claro ejemplo de superación. A ti Ana, “ultra boquerona”, porque has sido el mejor ejemplo de superación que he conocido a la largo de mi vida deportiva y porque me encanta ver como disfrutas del mar. Equipo ACANTA, me habéis regalado uno de los mejores fines de semana de mi vida. Inmensamente orgullosa de mis chicos, Carlos, José Luis y Vicent, que lucharon por esos 21km y llegaron a meta, y gracias sobre todo por creer en mí siempre, incluso antes que yo misma. Y como siempre GRACIAS a mis padres, porque sé que sufrieron demasiado, sé que fueron las seis horas y veinte minutos más largos de sus vidas, pero ellos me han enseñado el valor del esfuerzo, la constancia y el trabajo, y me explicaron que en la vida todo cuesta y que la sensación que se vive al cruzar la meta no es gratuita. Gracias, papás, por nadar siempre a mi lado.

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 Esta travesía se la voy a dedicar, por varias razones, a Vicent González, mi entrenador. Gracias Vicent, por no decirme nunca que “es demasiado para mí”, gracias por enseñarme a vivir el deporte de una forma que no sabía, gracias porque durante estos tres años siempre has creído en mí y sobre todo, gracias por la paciencia y por el aguante que has tenido, por soportarme y por aportarme calma y tranquilidad. Eres genial como entrenador y como persona. Seguimos…

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